De la huelga y su resultado

Por Fray Anselmo de Larami
De fracaso califica la prensa del bunker el resultado de la huelga general. De fracaso la califica Rajoy, también miembro del bunker, y, como los anteriores, mal informado. Ignoramos si no se atrevió a salir a la calle o si estaba de viaje en el extranjero y no se enteró de que el día 29 de septiembre, en España, no fue un día normal, en particular en las zonas industriales y en las grandes ciudades. Carezco de cifras propias y no puedo discutir las de los sindicatos, ni tampoco dar crédito a las de la patronal; otras me parecen parcas y admito los matices del paro: más en las zonas industriales, en transportes, en sanidad, menos en servicios, en banca…
Ni soy capaz de establecer un porcentaje ni de conceder una especie de calificación escolar (aprobado, notable sobresaliente) a la movilización, pero desde el punto de vista del primer objetivo perseguido -convencer a millones de personas para dejar de trabajar un día con quebranto de su salario y salir a la calle a manifestarse- la huelga fue un éxito, cuando casi nadie daba un euro por ella el día en que se convocó. El segundo objetivo, más ambicioso -conseguir del Gobierno un golpe de timón-, está aún por alcanzar y puede que no se alcance, pero con todo, la del 29 fue una jornada extraordinaria, porque planteó, con gente en la calle, no sólo un interesante debate sobre la propia huelga y sobre los sindicatos, sino sobre los planes de ajuste del Gobierno, hasta ahora circunscrito a los expertos, seguramente mejor informados pero también más contaminados por el discurso dominante, que casi ninguno de los gurús más conocidos cuestiona.

La jornada de protesta en la Unión Europea mostró que la población asalariada disiente de que el camino sugerido por los “mercados” y emprendido por el socialista Strauss Kahn, sucesor de Rato al frente del FMI, por Trichet, Merkel y compañía sea el mejor para salir de la recesión económica, porque fía la recuperación a la benevolencia de los estrategas que la han provocado, cuya primera medida ha sido negar su responsabilidad en el desastre, y la segunda, aprovechar el momento no para rectificar, sino para apretar el acelerador y arramblar de paso con todo lo que puedan. De deudores de explicaciones y de disculpas, se han convertido en acreedores de créditos. El caso español es aún más dramático, porque Zapatero, en calidad de presidente de turno de la UE cuando sonó la alarma, se comportó como el alumno más aplicado y adoptó un plan de ajuste de los más duros, dicen que comparable al de Grecia.

 La huelga general ha mostrado también sus limitaciones como instrumento de presión de los trabajadores: se ha seguido más en las zonas industriales, donde la producción concentra a los trabajadores y es más alta la sindicación y menos en los servicios y el comercio. Más en las grandes empresas, donde la presencia sindical es más fuerte, que en las empresas pequeñas y el comercio. Los cambios en el sistema productivo son muy grandes y hay que tenerlos en también en cuenta. Por ejemplo, ¿qué seguimiento ha tenido la huelga entre los trabajadores dispersos y en el campo del teletrabajo? Imagino que muy escaso.

 Sobre los piquetes. En algún caso ha habido excesos de los huelguistas, pero teniendo en cuenta la cantidad de gente movilizada, la tónica general ha sido de tranquilidad, nada que ver con la oleada de violencia que preveía la prensa de la derecha en su ataque a los sindicatos. Entrando en el terreno de la fuerza física, no hay que perder de vista a los guardas de seguridad privados ni a la policía, que se empleó a fondo en Madrid -hubo disparos al aire-, junto con los municipales que tampoco fueron mancos. Pero con todo ello, sigue siendo necesaria la acción de los piquetes de trabajadores para neutralizar la permanente coacción de las empresas y facilitar el ejercicio de un derecho -con coste económico- y el seguimiento de la huelga en lugares y empresas donde la representación sindical es escasa o falta y donde los trabajadores no se atreven a desafiar a la patronal, aunque desean sumarse a la huelga.

Y un par de líneas sobre la patronal, para la que la huelga ha sido un fracaso, aunque le ha dolido. Para los patronos, las empresas son paraísos donde se regala un inmerecido salario a unos trabajadores que cultivan sus habilidades, hacen amistades y se realizan como personas, pero la coacción de los piquetes rompe esta armónica relación del capital con el trabajo y obliga a dejar de trabajar. Así, si no hubiera piquetes no habría huelgas. En un lapsus franquista, el patrón de patrones ha dicho que donde hay libertad no hay huelga. En el mundo real es al revés; en las dictaduras las huelgas están prohibidas, pero a las patronales, en general, las dictaduras no les suelen molestar -por eso los empresarios van como locos a invertir en China y en el sureste asiático-, porque en ellas está garantizada la libertad…del capital y perseguida la de los trabajadores. Y llaman más la atención las opiniones de la patronal contra la huelga si tenemos en cuenta que, en España, el número de parados, es decir de despedidos, es de 4.500.000 trabajadores; el equivalente a todo un sector de la producción. O sea, que en este santo país, tenemos una huelga general cada día por decisión patronal.

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