No estamos en crisis

Alejandro León - Economista.
Ni estamos en crisis, ni lo que sucede se circunscribe a España ni podemos explicarlo desde la razón económica.
Una crisis supone la existencia de cambios en determinados procesos (biológicos, físicos, económicos, políticos, etc.) que originan una cierta inestabilidad o fluctuación dentro del mismo. Una crisis supone la posibilidad de superarla una vez que se haya acertado con el diagnostico y tomado las medidas adecuadas.

La mejoría o el empeoramiento son dos opciones posibles dentro del esquema y desarrollo de cualquier conflicto. La situación que estudiamos, nuestra organización social, política y económica,  no es susceptible de reparación ya que lo esta averiado es el propio sistema; quien entiende la posibilidad de mejora y de recomposición son fundamentalmente los optimistas de izquierda o los  interesados de derechas. 

Desde la izquierda, entendiendo que existe la posibilidad del cambio democrático, de una nueva política tejida con los aparatos de partido, la defensa del Estado protector, la lucha de clases, manifestaciones y huelgas que interrumpan el plan preconcebido de la destrucción del Estado de Bienestar.

Desde la derecha, confiados en que su situación de clase elevada les permitirá salvarse del naufragio, maquinando remedios que no les toquen sus privilegios, excluyendo de sus círculos de bienandanza a cada vez más partes de la sociedad.

No deberíamos hablar de crisis sino de la expiración de un sistema de organización social basada en el consumo, el individualismo, la economía capitalista, la competitividad, la jerarquía,  la hipótesis del avance infinito, de la bondad de la tecnología, de la fe en la razón como motor de nuestros anhelos colectivos. 

Quien piensa que la sociedad se mueve de forma mecánica creerá posible la sustitución de las piezas, buscando con anhelo el recambio, la sustitución de la fracción rota; quien entienda que la sociedad se mueve a través de los hilos tendidos por aviesos intereses de unos pocos escondidos en guaridas de oro entonces buscará sentido en atacar esos búnkeres privados; pero quien comprenda que la sociedad se parece más a un sistema orgánico, donde sus diferentes células, miembros y órganos se encuentran entrelazados y conectados unos con otros, entonces dejará la ambición de ser Mary Séller y olvidarse de crear un nuevo prometeo, entenderá que el principio empieza siempre a través de revoluciones y nunca de evoluciones de lo antiguo.

Probablemente no iremos a una sociedad comparativamente mejor, aunque sea nuestro deseo, la historia nos machaca con insistencia que  los propósitos iniciales de una sociedad más justa y distributiva se desvanecen al paso de los nuevos hechos. Quizá, pero quizá esta vez tengamos más suerte. Pero lo que es seguro es que  la sociedad actual va desvaneciéndose, destartalándose, agrietándose. No han sido culpables los bonos basura ni los ladrillos emponzoñados, éstos han sido los resultados, los hijos no reconocidos de un mundo asentado en cotos de riqueza para unos poco e insostenible y quimérico para el resto de la población.

No es una crisis, es un mundo que se transforma a otro nuevo, sin revolución aparente, una guerra mundial tácita, una nueva forma de conflicto no bélico que provoca más desastres que cualquier guerra convencional. Sin bandos, sin conocer los perdedores aunque sabemos que serán los de siempre y otros muchos que hoy no se lo esperan. Sin banderas ni patrias, pues los Estados se empequeñecen, serán tragados por las fuerzas del mercado sin que la digestión dure más que un pequeño sarpullido.

La revolución no vendrá de las formas caducas de los formaciones políticas de izquierda, que aburren, que no entienden, que sus escritos (como éste u otros parecidos de mayor respeto) y sus formas se encuentran contagiadas por los propios males que pretenden combatir; vendrá de aquellos que no tienen nada que perder: ni casa, ni hipoteca, ni hijos, ni vehículo, ni cargos, ni trabajo. De jóvenes acostumbrados a moverse en grupos horizontales, rápidos e inestables; sin mayores complejos existenciales que los que les trae la situación que el presente les hace vivir. Movimientos difusores de pensamiento y de micro ideas en redes de comunicación instantánea que no solo no aspiran a la política sino que aborrecen de ella.

La revolución no vendrá de obtener más o menos escaños, asesores, gobiernos municipales y poderes ejecutivos, ni de reformas estructurales en el Estado, llegará cuando las audiencias televisivas de los programas del corazón y los zombis futboleros vayan disminuyendo hasta quedarse en residuos, minorías, curiosidades del pasado. El tiempo de la revolución será el tiempo donde el ocio se apodere del tiempo del trabajo, donde las mujeres se avergüencen de exponerse como ganado en concursos de belleza, los evasores fiscales estén contentos por haberse derogado la lapidación pública y las ideas religiosas tengan el valor histórico que ahora tiene la magia y la brujería.

No estamos frente a una crisis en España, este país es insignificante, apenas un 0,7 % de la población mundial, no estamos en la élite de los Estados poderosos y nuestras conquistas sociales siempre fueron frágiles. Dependemos del interés en broncearse de otros, del oro negro de otros, de la protección de nuestros productos agrícolas de otros y, lo que es más cierto, del reparto de la masa monetaria tal y como acuerden los otros. Nuestra deuda se evaporaría en cuanto ese otro tocará un botón, hiciera clic sopesando la pérdida de su propio beneficio. Solo compartimos con el otro la certeza que esto no es una crisis pasajera sino el final del estropicio capitalista y socialdemócrata, las últimas bocanadas de una sociedad autista. En el mundo de la opulencia es un hecho que el desempleo es estructural y no se soluciona generando puestos fantasmas sino reparto de trabajo y nuevas formas de distribución de la riqueza, que existe una pérdida de la confianza en las instituciones y en la política de la democracia representativa y que envejecemos a tropel con la incertidumbre de si los jóvenes querrán o podrán mantenernos. España no se encuentra en crisis sino en guerra civil de todos contra todos, ni los gobernantes actuales tienen la parte de culpa que se les infiere, parece que aquí nadie ha roto un plato, que cualquier puede tirar la primera y la última piedra, que esos gobernantes no son fruto de mayorías electorales, que sus decisiones no son sino continuación de las de otros gobiernos que se remontan, en la historia reciente, a quienes optaron por una monarquía de salón que hace desiguales, por ley suprema, a los españoles, no ciudadanos sino súbditos y los que apoyaron el sí a la OTAN, el sí a la incorporación a un mercado común proteccionista, los que rebajaron el papel del Estado a simple prestamista.

El capitalismo se encuentra moribundo sin saber que intensidad y duración tendrá su estertor, pero también el Estado tiende a desaparecer. Si el beneficio del capital se amasa ahora por y para los gestores y directivos; en el Estado se apartan sumas generosas para los representantes de lo público, que restan al beneficio social. Un sistema corporativo en lo privado y en lo público nacido del binomio capital-estado, donde el sistema de democracia representativa se ha convertido en un siniestro y lúgubre espacio donde quedan justificadas las arbitrariedades políticas y administrativas. Mientras que no nos salgamos del euro y su deuda envolvente, mientras que no repensemos nuevos modelos de representación participativa y directa, mientras no vayamos a una economía verde, mientras no nos situemos en los valores del decrecimiento y mientras no nos creamos que todo ello es posible, seguiremos enrabietados unos, silenciosos otros, resignados la mayoría, engañados todos.



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